La enfermedad mental: otra óptica
Un día cualquiera, mientras tomaba café, mi madre escuchaba el himno antioqueño; surgió en mí la curiosidad de conocer el por qué. A esta curiosidad responde mi madre: “Te voy a contar una historia, la vivieron tus abuelos y considero que puedes aprender algo de ello”.
Hace muchos años, en la ciudad de Medellín – contaban ellos-, había personas como don Anastacio, don Facundo, doña Tulia y Lucila Gómez, y muchos otros que no se encontraban muy bien de la cabeza, y que además no tenían familia. Esta situación estaba generando muchos inconvenientes entre la comunidad, entonces surgió la necesidad de adecuar un lugar para poder albergarlos. En el año 1875 “un señor importante, de esos que escriben bien y se ponen corbata, el señor Recaredo Villa, presidente del Estado de Antioquia” decía tu abuelo, se atrevió a gestionar con un grupo de personas adineradas algunos recursos para construir una casa de alienados, pero no fue posible, pues ese dinero se utilizó para algunos asuntos de la guerra civil.
Por lo anterior, los locos seguían sueltos y cada vez eran más; ese suceso ya era preocupante, razón por la cual, la corporación Municipal del Distrito de Medellín fundó en 1878, en lo que hoy conocemos como las carreras Palacé y Junín, el “Hospital para locos”. Allí había espacio para hombres y mujeres, denominados unos, los locos de la cárcel, y otros los locos de la calle. Sin embargo, 10 años después, la institución ya tenía un nombre nuevo, ya no era hospital ¡era manicomio! ¿Manicomio? Pregunté. “Sí, manicomio” respondió ella “Manicomio Departamental”.
Quedando muy sorprendida, le pregunté de nuevo a mi madre, ¿Qué relación tiene esto que me cuentas con el himno antioqueño o, peor aún, con mis abuelos? “Espera con calma” respondió mi madre. Pues en esa institución estuvo internado, durante 35 años el autor de nuestro bello himno, el Señor Epifanio Mejía, es por ello que lo escucho y recuerdo con gran cariño.
“Con lo que estoy contándote, hoy quiero enseñarte algo” dijo mi madre. No importa si eres rico o eres pobre, si sabes mucho o no lo sabes. Muchas personas transitamos por el mundo ignorando lo que ha sucedido con nuestros antepasados, cómo vivieron, cómo fueron formados, si gozaron de salud, o si tuvieron recursos con los cuales alimentarse, en fin, no conocemos nuestra historia, por eso juzgamos, y por lo mismo día a día vemos como se repite.
¿Por qué lo dices? pregunté a mamá, entonces ella respondió: “cuando yo tenía 10 años, mis padres, o sea tus abuelos, iban frecuentemente a visitar a alguien que se encontraba muy enfermo (mi tío Eduardo). Salían con mucha frecuencia de la casa y se desplazaban con gran esfuerzo, pues no había mucho dinero, los caminos que debían recorrer eran muy extensos, pues nuestro hogar estaba ubicado en una lejana vereda de Copacabana. En su ausencia, yo permanecía con mis hermanos realizando las labores del hogar, pero nos surgían muchas inquietudes, pues, si esa persona que estaba tan enferma, era un familiar tan cercano, ¿por qué no lo conocíamos? o ¿cuál era el motivo para no visitarlo nosotros también?.
Un día, algo temerosos decidimos preguntar a mamá porqué solo habían hablado de su tío hasta ese entonces; llena de tristeza nos hizo saber la realidad, el señor padecía una enfermedad mental y su comportamiento era siempre muy extraño; por ende, debía permanecer encerrado, medicado y supervisado por alguien.
Después de un tiempo, en el año 1958, fue inaugurado el Hospital Mental de Bello, un lugar más amplio y que ofrecía mejores condiciones a las personas que estaban recluidas, entre ellas, mi tio. Allí estuvo 12 años más, hasta que en 1970, esa persona a la que por muchos años visitaron mis padres, ya no estaba, había fallecido.
Estuvimos en su funeral y nos encontramos con toda la familia, inclusive, personas que jamás había visto -no faltó ninguno-. Fue tan lamentable la pérdida, que meses después, su hija Martha, quien estuvo acompañándolo por tantos años, al igual que mis padres, tuvo el mismo fin; la depresión que le causó perder a su padre, fue más fuerte que las ganas de mirar hacia adelante; a los 20 años falleció en el Hospital, donde estuvo recluida desde entonces.
Lo que acabo de contarte, tiene por objetivo -como ya te había dicho-, que reflexiones acerca de la labor que desempeñas en la institución donde diariamente trabajas, porque si bien, el enfermo mental (antes loco), normalmente es discriminado por su condición, es importante que reconozcas la importancia que tienen como ser humano” dijo mi madre.
Después de esta gran anécdota, comprendí el comportamiento de mi madre y el mensaje que quería regalarme: estar bien hoy, no significa, aunque se espere, estarlo mañana. Cada ser humano tiene una misión importante en el mundo, que no es más que desarrollar sus habilidades con el fin de servir al otro. Pero lo más significativo de esta historia fue entender que, el Hospital Mental de Antioquia es solo una estructura, que su razón de ser son los pacientes (enfermos mentales), y que su proyección y deseos de crecer como institución, sólo se materializan si cada uno de sus servidores (talento humano) trabaja pensando que cada usuario que nos visita es importante y de una u otra manera, hacemos parte de su realidad.