Yo decía: “Si llego a resistir una semana sin beber licor, dejo el alcoholismo”. Sin embargo fueron varios intentos, pero no resistía más de un día, pues me descompensaba totalmente desmayándome y despertaba recuperándome en el hospital con suministro de suero. Me daban náuseas, rasquiña en la piel, con un sudor “baboso”, fastidioso y de mal olor, pues mi hígado estaba completamente ultrajado. Cuando me despertaba vomitaba un agua verde amarilla, después de hacer mucha fuerza, brotándoseme los ojos. A veces me salían pintas de sangre, era horrible, me ponía helado, mis uñas moradas, mis ojos amarillos al igual que mi cuero cabelludo y mi auto estima por el suelo. Sin embargo sabía que con dos guaros mi cuerpo respondía un poco y mentirosamente mejor, hasta que gracias a una incapacidad por leishmaniosis luché fuertemente durante una semana para no beber. Fueron siete días con sus noches sin poder dormir, pues me atormentaban unas voces que no me dejaban en paz ya que sufrí delirium tremens por el síndrome de abstinencia. Por tal razón solicité ayuda profesional.
Nunca olvido cuando Nancy, mi esposa, con el apoyo de mi cuñada Gloria Olivares, me acompañaron al Hospital Mental de Antioquia HOMO, con sede en Bello, para formalizar mi ingreso, con el objeto de recibir tratamiento para combatir mi alcoholismo crónico, lo cual solicité motivado ante todo por mi infinito amor hacia mi fallecido hijo Francisco Daniel, quién para entonces tenía cinco años y medio, además de querer evitarle tanto sufrimiento a mi adorada mamá, así como a mi esposa, ya que para entonces mi hijo menor no había nacido.
En la foto, al centro, Francisco Daniel, cuando tenía cinco años. “Fue mi fortaleza para luchar contra mi adicción. Murió atropellado por dos tipos que apostaban carreras, (piques ilegales) en Medellín, el 17 de noviembre de 2013, a la edad de 23 años”.
No niego que una vez allí, fue impactante el compartir con personas que sufrían enfermedades mentales causadas por diferentes circunstancias tales como depresión, bulimia, delirio de persecución, adicción crónica a diferentes sustancias psicoactivas como la cocaína, bazuco, marihuana, aguardiente y cerveza, entre otras enfermedades.
El primer paciente que muy atento se me acercó, al verme acuclillado en un rincón del pasillo principal, se presentó como un miliciano, el cual tenía cicatrices de 27 machetazos recibidos en su cabeza y otras partes del cuerpo. Me dijo que quería dejar el consumo de bazuco y cuando le dije que mi nombre era simplemente Pacho y quería luchar para vencer mi esclavitud del guaro entonces sonrió diciéndome: “¡Venga parcero lo entablo con otros tres pacientes que casualmente también se llaman Pacho y que están por lo mismo, por exceso de guaro papá!” quienes se encontraban jugando dominó con una señora de alto estrato social que también estaba por alcoholismo, pero nos “ganaba” a nosotros, ya que la hija le tenía que esconder los perfumes y enjuagues bucales, porque cuando no tenía licor, calmaba su ansiedad consumiéndolos.
Cada caso era impresionante, pues una señora lloraba constantemente a gritos, ya que se enloqueció porque un lunes le asesinaron a su esposo y el viernes le mataron a su hijo; había otro joven que se obsesionó demasiado leyendo la Biblia y cuando menos pensaba uno, se ponía a gritar: “Jesucristo me ama, vendrá el fin del mundo”, etc. Los adictos a la cocaína sufrían mucho con su tabique perforado; otro señor cuando menos pensaba se mandaba las manos al cuello y expresaba “Soltame, soltame, no me ahorqués” y de un momento a otro cambiaba de tema y coreaba: “Matame verde matame”.
Son muchas las historias que tiene uno para narrar de lo vivido allí durante mes y medio que estuve interno en la sección de Pensionados, pues la psiquiatra Olga Guerra, encargada de mi caso, recomendó mi salida un mes antes de lo previsto ya que concluyó que yo tenía muchas ganas de dejar el alcoholismo. En esa crisis me calibraba con un litro diario de aguardiente y actualmente consumo un litro de café bien cargado además de mucha agua y disfruto a mi familia.
Pacho Camaño M.
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